Soy de las personas que merecen morir solas.
Merezco ser encontrado después de varios días, tirado en la cocina del apartamento, con el pantalón cagado y orinado, como todo muerto.
Hallado por el arrendador, al cual no le importas un carajo y solo se dedicará a renegar por haber perdido a un inquilino que pagaba puntualmente cada 30.
"Eres un fanático de la maldad", me dijo una ex cuando yo tenía diecisiete. No entendí que quería decir con eso y hasta ahora no lo entiendo. Es mas bien una maldición, una manía, algo heredado que detestas.
Supongo que me lo dijeron tantas veces, que lo comencé a asumir.
Inició desde muy pequeño, a los ocho, cuando pisé un caracol en el patio de la casa de mi abuela. Su rostro fue de terror, habrá notado algún tipo de satisfacción en mis gestos y me gritó: "Eres malo, Benjamín, es un animalito de Dios"... Ja, "Un animalito de Dios, abuelita. Yo también lo soy. ¿Por qué no le dices eso a papá, a tu hijo, por qué no le dices que no me pegue, que él es malo?" grité lo más fuerte que pude, el viento corría y recuerdo que toda mi saliva me cayó en la cara.
Luego entendí que fue mala idea hablarle a mi abuela mal de su hijo. Su único hijo, que dos meses después de ese acontecimiento murió en un accidente de trabajo. Era el jefe de obreros en una construcción facha. Se resbaló en el décimo piso y cayó hacia el suelo como una sandía. Imagínense una sandía cayendo a tal velocidad. Imaginen como quedó él.
No sentí ningún tipo de pena, o remordimiento. Sentí gratitud con Dios por primera y única vez en mi vida.
Pero comenzaba otro infierno. Mi abuela me terminó detestando, me alimentaba poco y me gritaba mucho. Sus manos temblorosas y encorvadas se habían acostumbrado a golpear mi cabeza cada que pasaba por su lado, cada que yo reía, o jugaba. Todo de mi le desesperaba y me lo hacía saber cada que podía. Sentí que se vengaba conmigo, como si yo fuese responsable de su mal destino.
Repetía constantemente que si su hijo no hubiese embarazado a la perra de mi madre, no hubiera tenido que trabajar en algo tan peligroso, porque él podía más, él hubiese terminado la universidad.
Imaginé tantas veces la muerte de esa señora. Cuando yo le contaba eso a alguien, se sorprendían y me decían con dureza que debería estar agradecido, que cuando ella se vaya yo quedaría devastado. Pero no fue así. Oh querida abuela que prefirió la integridad de un caracol, que la mía.
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