martes, 26 de septiembre de 2017

Hubiese querido conocerte hace mucho tiempo atrás. Cuando no cargabas en tu espalda tantas heridas y tantos deshechos. Cuando aún, ni tú ni yo teníamos miedo al futuro y a la suposiciones... y las mentes retorcidas eran graciosas/amigas y no un volcán furioso esperando explotar en tu cara.

Mi alma es un refrán viejo que casi no sirve, me repito. Me recuerda a los espacios donde me encontraba conmigo sentada en el colchón malo en casa de mi papá. Podía escuchar el ruido del mar azotando la arena, o tal vez era mi imaginación reconstruyendo algún momento bonito. A veces quisiera saber que hacías mientras yo estaba ahí. Tantos años atrás. Me gustaría saber si estabas amando, besando, riendo, llorando, o también estabas en la búsqueda consciente de tu inconsciente, esperando obtener respuestas. Me gustaría poder haber visto tu rostro, en cual sea de esas situaciones. Tu sonrisa difuminada por el color de la impresión del pasado, oír tu voz y sentir tus latidos, profundos y distantes. Se que sin conocerte, me hubiese sentido reconfortada. 
No me importa cuantos abrazos o besos hayas dado. Seguro brindaste muchas sensaciones que hoy me toca sentir a mi y curaste muchas heridas ajenas entre tus brazos y labios. Eso me hace sentir bien. Tu bondad es muy física, tu nobleza se siente y no se sueña. Tú mas que nadie, mereces haber hecho bien a tu alrededor.
Me apena no haber existido en tus momentos tristes. En las rabias matutinas de saber que sigues vivo cuando sientes que todo se desmorona. En los instantes que fragmentados son una pesadilla. Cuando perdiste a quien mas amabas. Cuando te rompieron el corazón. 
Supongo que hubiese querido estar contigo en esos momentos, por mi. Para sentirte y quererte, para añorar juntos tiempos mejores, para vernos desnudos y tal cual somos. No lo sé. Solo entiendo que mis innumerables tropiezos y caídas, buenas y malas rachas, me llevaron a ti. De repente en el momento preciso, para salvarnos de la vida sin el otro.

domingo, 24 de septiembre de 2017

Mi hombre bueno

El hombre bueno traía en sus manos,
dos puños de guerra
uñas de barro,
temple valiente
de lucha diaria,
que lindas esas manos
que crean historias
y rutas de piel
en mi piel.
El hombre bueno traía en sus ojos,
recuerdos borrosos de puentes colgantes,
reflejos de agua y de tierra,
melancolía perdida
de tiempos mejores
y de viejos amores que fueron pasando,
que lindos esos ojos,
que forman caminos de luz
para quien camina con él,
en las noches sin vela.
El hombre bueno traía en su pecho,
un corazón prodigioso,
armadura de acero
sueños de amar sin enojos
pálpitos reclamando vivir,
que lindo ese pecho,
lleno de flores
milagros y soles
siempre dispuesto
a dar o morir.

viernes, 22 de septiembre de 2017

Cuento a continuar...

Soy de las personas que merecen morir solas. 
Merezco ser encontrado después de varios días, tirado en la cocina del apartamento, con el pantalón cagado y orinado, como todo muerto. 
Hallado por el arrendador, al cual no le importas un carajo y solo se dedicará a renegar por haber perdido a un inquilino que pagaba puntualmente cada 30.

"Eres un fanático de la maldad", me dijo una ex cuando yo tenía diecisiete. No entendí que quería decir con eso y hasta ahora no lo entiendo. Es mas bien una maldición, una manía, algo heredado que detestas. 
Supongo que me lo dijeron tantas veces, que lo comencé a asumir. 

Inició desde muy pequeño, a los ocho, cuando pisé un caracol en el patio de la casa de mi abuela. Su rostro fue de terror, habrá notado algún tipo de satisfacción en mis gestos y me gritó: "Eres malo, Benjamín, es un animalito de Dios"... Ja, "Un animalito de Dios, abuelita. Yo también lo soy. ¿Por qué no le dices eso a papá, a tu hijo, por qué no le dices que no me pegue, que él es malo?" grité lo más fuerte que pude, el viento corría y recuerdo que toda mi saliva me cayó en la cara.

Luego entendí que fue mala idea hablarle a mi abuela mal de su hijo. Su único hijo, que dos meses después de ese acontecimiento murió en un accidente de trabajo. Era el jefe de obreros en una construcción facha. Se resbaló en el décimo piso y cayó hacia el suelo como una sandía. Imagínense una sandía cayendo a tal velocidad. Imaginen como quedó él. 
No sentí ningún tipo de pena, o remordimiento. Sentí gratitud con Dios por primera y única vez en mi vida.
Pero comenzaba otro infierno. Mi abuela me terminó detestando, me alimentaba poco y me gritaba mucho. Sus manos temblorosas y encorvadas se habían acostumbrado a golpear mi cabeza cada que pasaba por su lado, cada que yo reía, o jugaba. Todo de mi le desesperaba y me lo hacía saber cada que podía. Sentí que se vengaba conmigo, como si yo fuese responsable de su mal destino.
Repetía constantemente que si su hijo no hubiese embarazado a la perra de mi madre, no hubiera tenido que trabajar en algo tan peligroso, porque él podía más, él hubiese terminado la universidad.

Imaginé tantas veces la muerte de esa señora. Cuando yo le contaba eso a alguien, se sorprendían y me decían con dureza que debería estar agradecido, que cuando ella se vaya yo quedaría devastado. Pero no fue así. Oh querida abuela que prefirió la integridad de un caracol, que la mía.

jueves, 21 de septiembre de 2017

- Hay que ser bastante tontos para creer algo así, Lourdes.
El clásico inocente que peca de cojudo, ¿así eres tú? Respóndeme, respóndeme.- gritaba mi mamá despertando a toda la cuadra. Ya veía las luces de algunas casas prendiéndose. Que chismosos eran los vecinos, sus ojos te seguían las 24 horas del día.

Le había contado a mi mamá que Enrique me dijo que me amaba. Ella automaticamente pensó que lo que él quería era meterme a la cama. "Como podrías perder tu virginidad con ese huevón, no te entiendo, hija, hasta el idiota de tu padre tenía mejor porte a esa edad". Ay viejita, si supieras que mi virginidad la perdí a los 17, seguro me botabas de la casa a escobazos, como hiciste con papá, aunque él sí lo merecía, es ocioso y borracho, una mala combinación cuando no vienes de una familia rica.

El día que perdí mi virginidad fue el que salía del colegio. Último día de clases, aún si quedara embarazada, iba a ser la primera en mi familia en terminar la secundaria, así que no podían reclamarme mucho. Carlos fue mi enamorado por un año. Me repetía constantemente que todos sus amigos lo habían hecho menos él.
-Ay de ti, ay de ti que hayas dicho que lo hiciste conmigo. ¡Te mato!.- le repetía al menos una vez a la semana. 

Me agarró de la mano y me llevó a la esquina, donde vendían periódico y cigarros. "¿Hoy es, no?" me preguntó ansioso. "Sí" le dije yo. 
Lo habíamos planificado hace mucho tiempo. Era viernes y sus papás trabajaban hasta las 11 de la noche. Le dije a mi madre que por ser último día, iría a casa de Paola a celebrar, "Unas gaseositas mami". 
Me había puesto la mejor ropa interior que tenía, casi nueva y al menos no eran blancas y gritaban nerd, o algo por el estilo.
Entramos a su casa lo mas casuales posible, como ya había dicho antes, los vecinos de barrio son sabandijas e investigadores secretos. Teníamos que pasar lo más desapercibidos posible. Y lo logramos.
Nunca había entrado a su cuarto. Estaba ordenadito y muy limpio. Supuse que lo había hecho con intención. Tenía unos cuantos posters de un equipo de futbol, un televisor viejo, que seguramente no funcionaba y un escritorio de plástico rojo.
-Hagámoslo rápido.-le dije. Me arrepentí después por ser tan directa.
-N-n-o, n-n-o tengas miedo.-Tartamudeó. Me reí, quitándome la blusa, mientras me acercaba a besarlo. 

Bueno, no puedo ser tan específica, no me quiero arriesgar a que Enrique lea esto. Él sabe que mi primera vez fue con Carlos, pero tampoco deseo que sepa todos los detalles.
Volvamos a mi madre.
Estaba eufórica, hasta podía escuchar su corazón latir y su respiración de rinoceronte acelerándose. 

-Mami, él me ama y yo también. No puedes prohibir amarnos, ¿no?.
-¡Yo te he parido! ¡Te prohibo lo que quiera!

La verdad, no se porque le conté. Por un segundo pensé que comprendería.

-¡Bueno, si tanto te jode, entonces lo haré cuando no estés en la casa!

La cagué. Lo dije sin pensar. Ahora sabrá que yo sabía muy bien que ese te amo venía con sexo. Era un trato no hablado, los dos sabíamos y lo aceptábamos.
La cara de mamá se tornó morada. La luz de la lámparilla le caía exactamente al rostro y hacía un reflejo morado en toda la casa, seguro que por la ventana, parecía una discoteca de mal gusto. Yo no supe que hacer, mas que sonreir lo mas tiernamente posible y decirle "Fue una broma, mamita, una broma"

"Times es el tipo de letra de los mediocres", me dijiste ese día.
Y recuerdo muy bien el gesto que hiciste al decirlo, fue como si hubieses esperado mucho para expulsarlo, un vómito de palabras, el exorcismo de un pensamiento. Solo atiné a mirarte y a sonreír a medias. 

Me hablaste de ti, sentado en las escaleras de tu trabajo. Aquel trabajo que odiabas y que hacías para satisfacer estándares imposibles, en una sociedad capitalista hasta el culo -usando tus propias palabras-. 
Dejé mi bicicleta vieja apoyada en la baranda y me senté a tu lado, solo me dediqué a oírte. De tu tío que había ganado un premio de literatura importante, de tu madre que hacía una gran pie de fresa y de tu papá ausente.
Todo fue terriblemente superficial, por mas profundo que pareciera, nunca te referiste al amor, ni a la tristeza, ni a la soledad. Solo me creaste un cuento con personajes lejanos y poco dimensionados, como si fuese la historia de algún famoso que lees en wikipedia. Supe en ese instante todo el vacío que había en ti, aunque tus ojos estuviesen repletos de cada sentimiento que profetizas absurdo y de cada miedo que arrastraste alguna vez.
No me dio pena. Eres una persona común y corriente, llena de todo y de nada al mismo tiempo. Te sentí un poco como yo y me sentí aliviada. No soportaría estar conversando con alguien que no esté algo roto. ¿Cómo un completo cura a un roto? Es imposible. Solo quienes nos sentimos miserables a veces, sabemos como curarnos. 

Ese día estabas muy bien vestido. Nunca te había visto al salir del trabajo. Te veías pulcro, ordenado y muy guapo, aunque siento que eso no me atrajo de ti.
Tomaste mi bicicleta y la montaste. Me repetiste tres veces que mis piernas son cortas y te moviste con dificultad dando vueltas casi en el mismo sitio. Me puse a pensar, quién te habrá enseñado a manejarla. De repente tu tío el escritor, o tu madre después de hacerte un postre.  Me daba pena imaginar que aprendiste de grande y solo, no sabía si fue así, pero lo presentía. 
"¿Por qué no hablas?" me preguntaste aferrado al manubrio con mucha fuerza.
Bajé la mirada, vi tus zapatos. Marrones y bien lustrados. "Me gusta escucharte" respondí. Sonreíste. Y creo que en ese momento me di cuenta lo que me atrajo de ti, todo era muy sencillo y muy claro cada que sonreías. Parecías tan frágil y real. Tan roto e irreparable, emanando una luz que pocos tienen. No me importaba repararte, eso lo sabía bien. Eras perfecto. 
Me acerqué, sentí tu barba en mis dos manos. Moviste tu boca y yo te besé en la frente. 

jueves, 14 de septiembre de 2017

Cántame Estelita

Cántame, con tu voz partida,
ágil sinfonía
impertinente,
que hace llorar hasta al agente
que te multa por amar.
Cántame, Estelita,
junto al árbol que plantó tu corazón,
con tu voz melancólica
en el cielo pálido
que evoca la danza de la luna.
Cántame, julio primero,
con el retorno de la brisa
que acaricia tus pies,
detenida en el tiempo,
flor del aliento
rezo con verdad.