Termino el libro y te observo. Dormido, en una especie de umbral resonante de ronquidos y desvaríos, tu pecho sube y baja, despacio, inquebrantable. Tu rostro, apacible y dulce, sin gestos, sin miedos, me produce una sensación de completa llenura, llenura de alma, de mente, de sentimientos buenos y justos. Mi mano se desploma en tu mandíbula y busco suavemente las palpitaciones que me recuerdan que estas vivo, respondo con caricias. Tu barba se va desdibujando por tus mejillas hasta llegar a tus ojos, cerrados y tenues, la facilidad con la que transmites todo sin nada, me perturba, me preocupo por mi misma. ¿Será que estoy embaucada en el amor? Y uso esa palabra porque no se me ocurre otra. No se como describir sentir tu presencia a mi lado, no lo descifro.
Te cuento y recuento los lunares, como estrellas despilfarradas en tu piel y armo diferentes constelaciones...que infinito eres cuando te miro. Como un mar sin brújula ni remo, como la sistemática manía de seguir viviendo. Mueves tu mano y encuentro tus dedos. Presionas los míos. Como si instintivamente supieras que te estoy observando. Tengo un nudo en la garganta; sensación de rutina después de terminar un libro, muero un poco cada vez que llega a su fin, o adquiero el peso y la cruz de esa historia. Pero esta en particular me mostró resistencia. Normalmente, quiero alargar la llegada a la última hoja, esta vez, me desesperé vehementemente en llegar al final. El compás de tu respiración dormida fue una buena compañía y sentir una especie de empatía, un puente necesario entre el personaje y tú, también. Me lo dijiste, lo se, tú también tuviste tu túnel, pero ahí echado a mi lado, me revelaste tu pena en un libro ajeno, en un autor que no eras tú. Mi pecho se siente sombrío y nocturno. Te veo nuevamente y tu boca hace un movimiento afable. Trago saliva y me encuentro recordando tu voz y tus gestos. Me enamoré de tus gestos, en especial cuando son explosivos y espontáneos, fuertes y decididos, sin pensarlo dos veces, tan transparentes, como tú.
Hasta dormido veo tu alma. Como reposa entre el dolor del pasado y el anhelo, como un niño embestido por la realidad de crecer; inocente y sin excusas...
Me envuelvo y me abrigo con tu cuerpo, mío de esquina a esquina, tus brazos-prisión del cautivo que jamás quiere huir- me toman con toda la naturalidad del mundo, como si lo hubieses hecho durante mil años y entiendo por un momento muy breve, la verdad de este mundo, porque comparto tus sueños, me hundo completamente en tu visión y todo tiene sentido.
Me guardo como la luna, despidiéndose de su eco en una ciudad oscura, nada más importa. Estas tú, infinito, apacible y permanente.